Creo que cada vez es más importante contextualizar cada análisis que se va publicando. Empiezo a pensar que el cómo y el cuándo ejerce un papel fundamental a la hora de valorar la mayoría de juegos, especialmente cuando ese contexto se aleja de la fecha de lanzamiento. Hoy miramos a Blasphemous antes de publicar el análisis de su secuela.
Llegué a Blasphemous rebotado por el efecto Starfield tras mi abandono. Junto con otros títulos, Blasphemous -y su secuela- forman parte de ese mes que iba a dedicar a Starfield y que finalmente dediqué, con mucho acierto he de añadir, a otros menesteres. El hecho de no haber jugado a Blasphemous hasta ahora es llamativo, primeramente, por adorar los metroidvania, y segundamente, por no haberle dado la oportunidad todavía a The Game Kitchen, creadores de uno de mis juego fetiche como es The Last Door.
Me plantee empezar directamente con Blasphemous II ya que solo escuchaba por todos sitios que mejoraba sustancialmente todo lo que traía el primero. Acabé mentalizándome para un juego con muchos problemas, casi como si de una el primer Blasphemous fuera un juego mediocre, y lo que acabé encontrándome fue una experiencia bastante más agradable de la que se habla. No vamos a ir con falsa modestia, porque sería hacer el estúpido, pero tengo la sensación de que mi bagaje con este tipo de juegos me ha otorgado una experiencia suficiente como para poder decir que no he sufrido casi nada jugando a Blasphemous, más allá de que el desplazamiento se hace un poco lento y que el diseño del mapeado podría haber sido un poco más generoso a la hora de colocar teletransportes y similares. Todas estas impresiones se hacen todavía más patentes con las mejoras de calidad de vida de Blasphemous II, pero eso será tema para otro análisis que no tardará en llegar.
Quienes me leéis por aquí sabréis que el producto patrio no goza de mayor atención ni está sujeto a una vara de medir distinta, pero en esta ocasión, he de sentir que Blasphemous me ha hecho sentir especialmente orgulloso de España, no desde el punto de vista de desarrollo de videojuegos, que también, sino desde un punto de vista cultural. Una cultura y sociedad que de alguna manera lleva encima una importante cantidad de complejos, y que valora, tradicionalmente, lo de fuera por encima de lo de dentro. Blasphemous abraza todo eso, gracias a un rico folclore y, por qué no decirlo, un doblaje sobresaliente con acentos marcados que otorgan un plus único para los jugadores españoles. De hecho, ya adelanto que una de las cosas que me ha sorprendido es que todo este folclore mezclado con diseños a lo Miyazaki me convenció mucho más en esta primera entrega que en su secuela.
Si lo pienso, este análisis prácticamente está incluyendo a ambas partes dada la peculiar situación de que he jugado a ambos juegos seguidamente. Quiero romper una lanza a favor de Blasphemous ahora que se está alzando su secuela como la experiencia definitiva, cuando muchas veces lo que he pensado es que se ha confundido accesibilidad con facilidad. Sí, Blasphemous II tiene muchas mejoras, y parece recoger punto por punto los problemas que tiene el primero para solucionarlo, pero he de reconocer que me ha dado un encanto que la secuela no me acabó de dar. No os equivoquéis, ya os adelanto que su secuela es mejor juego, pero no deja a esta primera parte tan por debajo.
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