Nintendo eleva el nivel de sus Mario en dos dimensiones, y planta la fórmula definitiva de los mismos al final del ciclo de vida de Nintendo Switch.
Nintendo es una compañía especial, eso es innegable. Sus niveles en cuanto a creatividad de todas sus sagas llevan a cada uno de sus juegos a ser únicos e incluso a empujar y guiar la industria en muchas ocasiones. Sin embargo, Nintendo se percibe como una compañía algo hermética, con una filosofía muy marcada que da la sensación de convertirla en una empresa autolimitada, incapaz de pasar ciertas barreras. Super Mario Bros. Wonder consigue dos cosas: por un lado, elevar la categoría de los Marios en dos dimensiones, hasta ahora sentidos como Marios inferiores con respecto a las grandes aventuras en tres dimensiones, y por otro lado, romper todos los moldes y estructuras preestablecidas por la propia Nintendo.
Super Mario Bros. Wonder es un canto a la libertad, a abrazar el término de diversión sin planteamientos ni limitaciones, en un juego ideal para el momento en el que estamos en relación al ciclo de vida de Nintendo Switch. Pareciera como si Nintendo, no aleatoriamente, hubiera asimilado toda la explosión creativa que se dio con la saga Mario Maker y la hubiera fusionado con un parque de atracciones -esto tampoco es casualidad-, convirtiéndolo en lo más cercano a un Mario con psicotrópicos que probablemente vayamos a tener nunca.
Hablamos de parque de atracciones y de psicotrópicos, porque Nintendo lo ha puesto a huevo, pero realmente este último lanzamiento de la saga Mario acerca más la experiencia a la de un parque infantil recorrido por un niño con sobredosis de chucherías, en el que tirarse a inmensas piscinas de bolas donde, entre la confusión y mareo de tanta voltereta y energía canalizada, lo imaginario intersecciona con lo real, en una maquiavélica maniobra de diseño por parte de sus constructores para ofrecer una experiencia que aflora lo sentidos generando la suficiente dopamina como para que necesites volver a él una y otra vez. Una sobredosis de estímulos, un anti-ASMR para pre-escolares donde es imposible dar un paso sin que ocurran cosas en el escenario, y donde el refuerzo positivo se evoca continuamente para dejar claro que lo estás pasando bien.
Pero que esta definición que apela a los más pequeños de la casa no lleve a confusión, porque no es que Super Mario Bros. Wonder sea un juego para niños, sino que te lo vas a pasar como uno si decides darle la oportunidad. No hay más que avanzar por el juego para sentir que estamos ante un Mario de siempre, con su dificultad e inercias de siempre, al que se le ha añadido toda la familia de Yoshi y un Caco Gazapo que son inmortales para asegurarnos de que los pequeños también tengan oportunidad de sobrevivir cuando el juego aprieta. Un paraíso para completistas que se da la mano con el de los speedrunners para dar una nueva clase magistral de diseño de niveles, convirtiéndolo de nuevo en un ejemplo a seguir de diseño de videojuegos. Estamos hablando de que, décadas después, Nintendo consigue con tan solo dos botones ofrecer, en un género tan superado como es el de plataformas, una experiencia que se vuelve a sentir totalmente nueva y única.
El principal atractivo de Super Mario Bros. Wonder se encuentra, en esta ocasión, en la Flor Maravilla escondida -no demasiado- en cada nivel. Normalmente a mitad de camino, coger este objeto nos llevará a cambiar el nivel hacia la psicodelia por completo, presentando giros locos como cambiar el tamaño de todos los personajes, perspectivas o directamente presentar algún minijuego, con la sensación de que no hay reglas. Pronto sentirás que juegas Super Mario Bros. Wonder por ver qué giro hay en cada nivel con esta Flor Maravilla, y hacer que el jugador se sienta así, en torno a tu principal mecánica nueva, es sin duda motivo para celebrar el éxito de este lanzamiento.
La locura no acaba en esta Flor Maravilla, sino que el propio mapa, con una estructura ahora mucho más abierta, ofrece distintos niveles que se sienten como minijuegos, abrazando también, y con esto me estoy repitiendo, la creatividad que la comunidad demostró en Mario Maker. Desde pequeñas pruebas de habilidad hasta meros pasatiempos, Super Mario Bros. Wonder se aleja de la estructura marcada otorgando pequeñas recompensas en este tipo de niveles, ideales para cuando se te está haciendo bien de noche pero tu cuerpo necesita seguir un poquito más.
No todo es idílico en Super Mario Bros. Wonder. Me ha chocado especialmente que, siendo un juego tan tremendamente creativo, capaz de sorprender casi en cada nivel con algo nuevo, no haya sido capaz de diseñar unos jefes de fin de mundo a la altura. Estos momentos de lucha contra Mini Bowser se sienten tremendamente poco inspirados, anecdóticos y sin la repercusión que el momento debería tener. Tampoco quedé contento con esos niveles de búsqueda, donde se llega a una interrupción en el ritmo de juego demasiado acusada. Más allá de todo esto, hay tanto sucediendo en pantalla en los niveles normales que a veces cuesta entender qué es qué, y cuándo quiere el juego que corras o no.
Un parque infantil recorrido por un niño con sobredosis de chucherías, en el que tirarse a inmensas piscinas de bolas donde, entre la confusión y mareo de tanta voltereta y energía canalizada, lo imaginario intersecciona con lo real.
Super Mario Bros. Wonder es mucho más que un juego para mantenernos tranquilos hasta la hipotética Switch 2. Es un paso adelante en los Mario Bros en dos dimensiones, y aunque lleva inevitablemente asociada una intención de aprovechar el momento con el lanzamiento de la película, el recién inaugurado parque de atracciones y la más que real posibilidad de hacer caja con los nuevos personajes elefanteados que vaticino veremos en mil figuritas, no deja de ser uno de los mejores juegos que hemos visto en este 2023 que ya está quedando para marcarlo en negrita en la historia de los videojuegos.
Tú sí que eres un elefanteado personaje.
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