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10 dic 2019

STATE OF MIND - EXISTENCIALISMO Y CYBERPUNK, ¿OTRA VEZ?

Que Daedalic y yo no nos llevamos bien es un hecho constatado en este BloJ. Podéis consultar la lista de juegos analizados en busca de algunos de sus títulos más conocidos para comprobar como he ido masacrando lanzamiento tras lanzamiento su trabajo, aunque sí que como distribuidora me ha dado algunos de los juegos indie más importantes. State of Mind viene directamente desarrollado por Daedalic, y de alguna manera me ha funcionado como redención.



Existencialismo y cyberpunk suelen ir de la mano. State of Mind es, dicho pronto y mal, el enésimo capítulo filosófico-tecnológico de un contexto que cada vez parece que tiene menos que ofrecer. Con todo y con eso, he repetido hasta la saciedad que sigue siendo mi ambientación favorita, por lo que como consumidor de esta clase de contextos uno ya está bastante trillado de preguntas morales y éticas sobre hasta dónde llegan nuestros límites de humanidad, sobre IA's con consciencia y sobre el ludismo representado con hackers con brazos biónicos y música revienta cabezas retumbando en los pubs más oscuros y a la vez elitistas de la ciudad.

State of Mind es todo eso, y sólo con ver su introducción uno puede lanzarse a la piscina para adivinar medio juego. Disturbios, robots, colonias marcianas que evocan a Desafío Total y, como cierta novedad, la representación de una Berlín en 2048 (un poco pronto, para mi gusto). Coches sobrevolando la ciudad esquivando carteles de neón más grandes que los edificios y atmósferas  y conflictos sacados de Blade Runner. State of Mind es un cliché, pero por todo eso, tiene incluso más mérito.


Porque Daedalic tiene una enorme disposición a la hora de presentar su mundo, aunque sea algo tan típico. Las escenas son excelentes, y el encuadre en todas y cada una de ellas, durante sus largas 10 horas de duración, lo convierten en una característica a alabar que acaba repercutiendo en el interés del jugador a la hora de valorar su historia. Cada plano, cada secuencia, está cuidada al milímetro, y sinceramente no recuerdo ningún juego, ni indie ni los llamados AAA, que haga un esfuerzo tan continuado a la hora de colocar la cámara en el lugar adecuado. Tienes la sensación de vivir una película constantemente, y no es el típico caso de juego que cuida sus primeras dos horas para lanzarte a un abismo de poca inspiración durante las ocho restantes.


Si buscáis una historia, aquí la vais a encontrar. La apuesta por la contemplación por encima del juego es total. La interactividad en State of Mind es casi la misma de un libro. Si bien se presentan algunos puzles, son tan extremadamente simples que no merecen casi mención, y si buscáis la exploración, debéis saber que aquí no la vais a encontrar. Nuestro personaje, mediante la realidad aumentada, será capaz de obtener la información justa y necesaria para que pasemos el día. En ese sentido State of Mind puede parecer algo parco, pero a la misma vez te asegura de que no te dejas nada. Además, el diseño de los escenarios es muy bueno, y en lugar de llenar todo con líneas de diálogo para cada objeto en pantalla se nos muestra todo sin más, lejos de ofrecer emplazamientos casuales, de manera que se cuentan historias mediante lo visual. Con sólo un golpe de vista, puedes entender muchas cosas del juego que éste no necesita comentar con pensamientos al aire.

La historia se centra en la dualidad, y nos planteará dos personajes distintos en situaciones contrarias. Por un lado, Richard en una Berlín en crisis, oscura, sucia y sin rumbo. Periodista con un fuerte sentimiento hostil contra las IA, en plena crisis de pareja y por ende problemas con su hijo al cual parece perder minuto a minuto. Gruñón y amargado como él solo, representa un auténtico antagonista con el que es difícil empatizar. Por otro lado, Adam, en una Ciudad 5 pulcra y a la vanguardia, felizmente casado y con un único hijo. Educado y atento. Ambos quedarán conectados de alguna forma tras un accidente de tráfico, cada uno en un lugar distinto, donde empieza el juego. Desde ahí, una trama con todos los clichés pero muy bien narrada, con varios intereses, falsa toma de decisiones que no se suele traducir en cambios y cierta pasión por el cliffhanger entre pantalla y pantalla de carga.


Todo ello se presenta con un aspecto visual acertado, al que es algo difícil acostumbrarse. Polígonos como un dado de 20 caras, y una estética que de alguna manera me recordó al diseño de Invisible Inc. Las animaciones son bastante pobres, incluso para ser un juego indie, y muchas veces dar simplemente la vuelta puede ser un hito. No importa demasiado, pero algo más hiriente son las pobres animaciones faciales que no acaban de transmitir lo que deberían en un juego donde la historia es tan importante. Por lo demás, escenarios vivos y detallados como mencionaba, pero la interfaz y menús son tremendamente pobres. También me sentí algo perdido en ocasiones, a pesar de ser un juego lineal, sobre cuál era mi próximo movimiento.


Quedé sorprendido con State of Mind, porque principalmente no esperaba encontrar una historia tan interesante en medio de un contexto tan visto, y en el que no se añade prácticamente nada. Su duración es algo extensa y, teniendo en cuenta su casi nula interactividad, por mucho que te resulte interesante las sensaciones son similares a ponerse a ver una película que dura 10 horas, lo cual transmite de primeras más pereza que otra cosa.


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