Somos de un lugar muy singular, donde todo el mundo es muy feliz.
Escribo este análisis sudando por partes que no se pueden describir salvo que quieras que tu artículo se vaya directo a la dark web. Las 12:29 de la mañana de un 16 de agosto por la provincia de Jaén no invita a llevarse "una rebequica por si hace frío", y el hecho de que le haya cedido amablemente nuestro ventilador a mi compañera de vida para que pueda dormir tras una noche de trabajo tampoco está ayudando. Tampoco lo hacen los dos monitores en el rincón desde donde escribo, además de la torre de PC, subido a la mesa como mandan los cánones de la lógica humana, que está a un escaso metro de distancia de mi cuerpo, si es que llega. A mi izquierda, otra torre más, la del insecticida que pretende protegerme del insecto de turno que se atreva a atravesar mi recinto de seguridad.
La verdad es que lo único bueno de que exista el verano es que existan juegos que hay que jugar en verano, como este Shin-Chan: Mi Verano con el Profesor -La Semana Infinita- que vamos a acortar a partir de ahora como "Shin-Chan", que para infinito su título. Llegó a mí el verano pasado, gracias a la amable gente de Neos Corporation, y le dedicamos algún directo en nuestro canal de Twitch, pero tomé la drástica decisión de abandonarlo. La razón es que algún psicópata dentro de Neos decidió que era buena idea llevar este juego a ser lanzado en PC nada más y nada menos que el 31 de agosto, con el fin del verano psicológico, cuando menos sentido tiene disfrutar de un juego así.
Tal y como pudisteis comprobar en aquella entrada sobre mi casimuertismo videojueguil, guardé la experiencia para un verano de verdad. Ni siquiera la gente de Nintendo Switch tuvo mucho margen para disfrutar de la experiencia veraniega, ya que su lanzamiento en occidente fue para el 11 de agosto, dejando una escasa quincena. Todo esto, unido a aquella campaña por intentar traer a España el juego ya que inicialmente no había planes de ello -por aquí solo nos movilizamos por Shinnosuke-, quiero creer que propició este extraño baile de fechas.
Muchos de los que pedían este Shin-Chan quedarían un tanto decepcionados en su propuesta. Hay una razón por la que este juego no se planteó para lanzamiento occidental, y es que por aquí, esto de los slice of life no es una cosa a la que estemos acostumbrados. Un realismo mundano que presenta lo cotidiano prácticamente sin alteraciones, y que viene a abrazar el dejar la vida pasar, que particularmente en Japón tiene gran éxito en todas las caras del entretenimiento, hasta el punto de modificar la conducta de la propia sociedad nipona. Existen varios ejemplos de esto como, poner un ejemplo, el fenómeno del lanzamiento de la excelente Yuru Camp -manga y posterior anime de Afro-, donde Japón sufrió un tremendo boom de acampadas invernales propiciado por la serie -también película- de animación.
Realmente, Mi Verano con el Profesor es mucho más dinámico que muchos de los slice of life a los que te puedes enfrentar. Hay una trama bastante loca de bucles temporales, y los suficientes acontecimientos como para saltarse esa base de dejar la vida pasar, pero abrazan la estructura de este tipo de juegos a la hora de lo jugable. Una semana que se repite en bucle hasta tres veces -incluyendo repeticiones de conversaciones- donde los acontecimientos de historia están preprogramados, y hasta que llegan esos momentos tan solo podemos pescar, cazar bichos con nuestra red y jugar a un minijuego de cartas. También cumpliremos con recados con el único fin de crearnos un emporio que nos permita aglutinar un sustento continuo de galletas de chocolate, convirtiendo a Shinnosuke en el primer criptobro de Asso, asentamiento rural donde transcurre la historia.
Días, atardeceres y noches dan lugar a la aparición de distintas especies de animales a capturar, en lo que es una invitación a la fiesta del coleccionable sin más, como excusa para ir viendo los acontecimientos de la historia. Ríos vaciados de peces, población de insectos mermada y prácticas especuladoras en las tiendas locales convertirán a Shin-Chan en el antagonista definitivo en la sombra, aunque nadie lo quiera ver. "Sienten mucho miedo, todos sienten mucho miedo si me ven aparecer". Rutas diarias circulares que darán la vuelta a un pueblo que recorreremos a pie, o mejor dicho, a "culito, culito". El aclamado baile tiene su botón reservado y, más allá de ser la respuesta adecuada a cualquier conversación o situación, supone un boost de velocidad que convierte el pueblecito de Asso en un grand prix para delicia de nuestro protagonista.
A pesar de lo vacío de su concepto, la representación del verano es sensacional. El mero hecho de sentir que no hay nada que hacer es exactamente el éxito a la hora de reflejar aquellos veranos de tu infancia que parecían durar hasta el infinito. Buena parte de culpa también la tiene todo el apartado técnico, destacando con obviedad sus escenarios pintados a mano. Esto, unido a los efectos de sonido de las cigarras y animales como vacas presentes por el escenario, además del tren de turno que pasa de vez en cuando, convierten este Shin-Chan en una experiencia audiovisual similar a la que puedes tener en esos vídeos de YouTube de 10 horas de duración que emulan distintos sonidos de ambiente para distintas ocasiones.
Hay que mirar un poco más allá en este juego para entender lo que hay detrás de él. Consigue exactamente lo que se propone: otorgarte un entorno de seguridad, un sitio donde caer en un estado de siesta permanente mecido por su estupenda banda sonora. Una especie de inyección de futura nostalgia que, ahora quizá sienta un tanto vacía, pero de la que estoy seguro tendré efectos durante muchos años cada vez que llegue el verano.
Porque este ha sido, simplemente, "el verano que jugué a Shin-Chan: Mi Verano con el Profesor", y muy pocos juegos son capaces de decir eso.
Copia de prensa proporcionada por Neos Corporation. En ningún momento este hecho ha tenido influencia sobre las opiniones reflejadas en este texto.
Yo ya tengo recuerdos de nostalgia de los momentos de jugar a de ese juego <3
ResponderEliminarLaaaaalaaaalalaaa...
Gracias por tu comentario, anónimo querido.
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