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16 nov 2024

THE LAST GUARDIAN - TIEMPOS QUE NO VOLVERÁN - ANÁLISIS


Fumito Ueda tiene una empresa difícil: intentar superar mi juego favorito de todos los tiempos, y cada vez tengo más claro que solo él tiene las armas para ello.




Me repito, sí: Shadow of the Colossus es mi juego favorito de todos los tiempos. Mi conexión con aquel título de 2005 fue tal que me llevo preguntando varios años si ya he jugado al mejor juego que voy a jugar en mi vida. Aquella experiencia única, adelantada a su tiempo, acabó por quedarse en mí de una manera romántica, hasta el punto de que rejugadas posteriores no tuvieron el mismo efecto que la primera vez. He visto chispas de aquel juego siendo imitadas en multitud de ellos, pero ninguno consiguió siquiera llegar a una pequeña parte de su grandeza. Por todo ello, y tras ocho años desde su lanzamiento, The Last Guardian suponía casi la última oportunidad de volver a sentir algo distinto. Si bien ya os adelanto que no ha derrocado a Shadow of the Colossus, sí que puedo aseguraros que ha conseguido su propósito, y para mí es más que suficiente.


Tenía, honestamente, mucho miedo de jugar a The Last Guardian, porque esta casi decena de años ha dado para jugar una trillonada de títulos que, de alguna manera, me han cambiado. Casi como si el nombre fuera una señal, este último guardián era mi comodín para ponerme a prueba y sentir hasta qué punto "me sigo sintiendo vivo" en esto de los videojuegos. Por fortuna, el experimento ha salido bien, y The Last Guardian no solo me ha parecido un juego a la altura de mis expectativas, que ya es muchísimo decir, sino que también lo considero algo casi de un lugar distinto, aparte de cualquier otro videojuego. Explicar los sentimientos que aporta The Last Guardian es complicado, e incluso habiendo tenido tantos años para ir recogiendo opiniones y, de alguna forma, ir blindado ante el torrente emocional que presentó Japan Studio y GenDesign con su juego, me siento particularmente orgulloso de haberme quedado de nuevo hipnotizado con una belleza y grandeza como, me atrevería a decir, nunca más hemos vuelto a sentir.




Sensibilidades perdidas


Trico es una criatura única, y todo el juego gira en torno a su figura. Su diseño hace que nos recuerde a prácticamente cualquier criatura del reino animal, aunque su nombre parece dejarnos como pista su mayor presencia entre la familia de las aves (鳥, tori). Sea como fuere, lo enigmático de su diseño no se queda ahí, y es que este llamado "pájaro gigante devora-hombres" también es difícil de definir en cuanto a su forma de ser, presentando una enorme variedad de emociones que van desde la ternura al puro terror. Dar órdenes a Trico desde nuestra posición de niño, se siente como si hubiéramos engañado a una criatura mitológica gigantesca que podría eliminarnos con tan solo un soplido, y aunque sabemos que el juego no va a tener semejante giro, Fumito Ueda y su equipo de desarrolladores consiguen que, incluso sintiendo que parezca que tengamos el control, notemos igualmente la figura imponente de la criatura.




La relación entre Trico y el niño compone la columna vertebral de la historia, y tiene su semilla en la relación que vivimos entre héroe y bestia con Wander y su caballo Agro en Shadow of the Colossus. Si bien es una relación que nace de la pura necesidad, pronto sentiremos que el vínculo entre ambos es mucho más fuerte que eso, y tal y como no podía ser de otra manera acaba potenciándose en un último tercio sobresaliente que hace olvidar todos los peros que pudimos ir sintiendo a mitad de camino. La sobredosis de épica de Shadow of the Colossus se echa a un lado para despertar unos sentimientos distintos que siguen aportando casi la misma grandeza, a través también de factores más externos como puede ser el aporte de la, nuevamente, inspirada banda sonora. 


El peaje


Para aquellos que tuvieron problemas con la jugabilidad tan dura de Shadow of the Colossus, por otra parte buscada, tenemos malas noticias: The Last Guardian es incluso peor, ofreciendo un niño mucho más torpón que Wander en un mundo que ha avanzado casi una década desde entonces, y metiendo en la ecuación a una IA aliada de la que dependemos durante absolutamente todo el juego. En esta ocasión, además, no hablamos de un personaje que se puede atorar en una columna, sino de una criatura mamotrética metida muchas veces en espacios de reducido tamaño donde el mero hecho de hacerla girar supone una auténtica odisea. Además, la cámara acaba por redondear una montaña de frustración que el jugador deberá afrontar, porque no le queda otra. No negaré, por mucho que me compense todo lo demás, que toca hacer un fuerte ejercicio de mentalización y de respirar más de una vez para soportar una criatura que puede tardar varios minutos en hacer lo que le estás pidiendo.


Muchos dirán que toda esta sensación de animal incontrolable es buscada, y en el fondo confío tanto en Fumito Ueda que así lo quiero pensar, pero no acabo de encontrar explicación al resto de frustraciones jugables por las que tenemos que pagar. Con los juegos de Fumito Ueda siempre he sentido que, de alguna manera, no controlamos a los personajes, sino que les guiamos, como si hiciéramos un click marcando dónde dirigirlos y todo lo demás no estuviera en nuestra mano, pero en el caso de The Last Guardian, he sentido por primera vez sensación de pérdida de tiempo en algunos pasajes.




Sé que dentro de unos meses, sino semanas, todas esas frustraciones habrán quedado olvidadas. No recordaré ese Trico girando sobre su propio eje durante un par de minutos para posicionarse en el lugar exacto que inicie la animación del consumo de su comida, sino esa luz de atardecer de la última parte que me ha transmitido más que todos los juegos juntos que he jugado en casi diez años. Con la edad, he aprendido a identificar lo que me llena, sin pararme siquiera a definirlo, y soy bastante consciente, y estoy bastante seguro, de que esos momentos, esa luz, irán conmigo durante muchísimo tiempo. Todo lo demás, me da absolutamente igual.


El último guardián


Jugar The Last Guardian en 2024 puede parecer una temeridad para algunos. Desde mi experiencia, creo que ocurre lo contrario, que ahora mismo es un momento idóneo para jugar The Last Guardian, porque existen unas conexiones distintas en relación a cómo están los videojuegos hoy en día. Si antes hablaba del juego como la última oportunidad, el comodín que me permitiría volver a sentir cosas inexplicables, también podemos usar la analogía de una forma similar hablando de que fue uno de los, precisamente, últimos guardianes de una era que ya se siente como olvidada. The Last Guardian, a día de hoy, gana todavía más en melancolía y nostalgia con el jugador, y jugar al juego de Fumito Ueda se siente como ir a un parque de atracciones en ruinas: apagado, pero todavía con vestigios de su imponente grandeza.




The Last Guardian, para mí, ha sido un compañero de tristeza y soledad, y también algo que me ha servido para convencerme de que lo de Shadow of the Colossus no fue mera casualidad. También ha ayudado a la pregunta de si ya he jugado al mejor juego que voy a jugar en mi vida, y me temo que la respuesta sigue siendo afirmativa, pero donde antes sentía tristeza, ahora siento una aceptación que me deja un nuevo mensaje, una nueva lectura: a veces no es necesario que todo vaya a mejor, a veces, solo necesitas volver a sentir una chispa de lo que sentiste en su día para seguir adelante.




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