Bugsnax es un juego especial. Su estreno quedó inequívocamente marcado por acompañar el lanzamiento de PlayStation 5 por el ya lejano 2020, pero el haberse abierto a nuevas plataformas le ha concedido una segunda vida, y su inclusión en el Game Pass ha permitido que muchos que veían este juego como una estridencia sin mucha cabeza, puedan comprobar por cuenta propia un juego bien estructurado, lleno de secretos por descubrir.
Sí, Bugsnax es un juego especial, pero también es una forma de decir que es un juego raro. No es la primera vez que Young Horses, el estudio afincado en los Estados Unidos, da muestras de una fuerte personalidad. Su trabajo en el popular Octodad: Dadliest Catch (2014) le ganó cierto renombre en determinados círculos, y Bugsnax es una evolución coherente de aquel juego. De hecho, desde el principio el juego resulta atrapante. Los primeros minutos nos invitan a acostumbrarnos a un apartado gráfico muy básico, pero pronto pasaremos por el aro en su propuesta visual para meternos en la piel de un periodista que se embarca en una aventura para averiguar qué ha pasado con unas misteriosas desapariciones, y qué misterios esconden los Bugsnax.
Bugsnax es la demostración de que se pueden hacer todavía cosas valientes a pesar de andar, a veces, por la fina cuerda de lo ridículo.
Estos Bugsnax no son más que animalillos escurridizos que habitan una isla, y que tienen unas particularidades muy marcadas. Sus formas y sabores basadas en alimentos los convierten en criaturas dignas de su captura y su consumo para una población, la de Snaxburgo, que ha cambiado su modo de vida por culpa de ellos. Así, consumir estas criaturas cambiará la fisionomía de cada uno de los personajes llamados gruñecos. Alimentar a Canelo Torrija, Pancho a la Plancha y al resto de habitantes de Snaxburgo con las zanorugas, piñántulas y el resto de Bugsnax que conforman la llamada bichipedia hará que cambien sus extremidades y rasgos por trozos de comida en función de su dieta, en lo que bien podría ser una mirada directa y metafórica, sobre todo teniendo en cuenta el desarrollo del juego, al consumo de drogas. Desgraciadamente, las implicaciones jugables son directamente nulas, y no son más que una estridencia más dentro de un juego que tiene una capa más profunda de lo que a primera vista deja ver.
El mundo de Bugsnax es un mundo donde las plantas dan ketchup, salsa ranchera o chocolate entre otras tantas. Repleto de criaturas a cazar, mirando a los ojos a la saga Pokémon en el aspecto de invitarte a cazar a todos para rellenar la bichipedia, pero afrontándolo de una manera distinta. Bugsnax es un compendio de puzles, donde cada criatura puede ser capturada de distintas maneras y donde se te pide estrujarte el cerebro en alguna ocasión para atrapar el bicho de turno. Si bien este capa de rellenar la Pokédex compone una parte importante del juego, lo cierto es que sorprende lo apartada que está del desarrollo de la trama y los derroteros por donde te lleva la gente de Young Horses.
Estamos hablando de un mundo vivo, lleno de implicaciones y relaciones entre sus criaturas e incluso entre sus habitantes. Llama la atención el haber trabajado en un sistema donde el clima y la hora del día saca a la luz a diferentes criaturas cuando el juego parece, de alguna manera, obviar toda esta capa un tanto sandbox e ir empujándote por una estructura más bien lineal. Las rutinas de sus personajes, sus horarios, el sistema de afinidades y todo lo que presenta Bugsnax, da la sensación de ser una base para algo mucho más ambicioso de lo que luego la trama acaba conduciendo. Es esta separación tan profunda entre su mundo y su ritmo lo que hace pensar que Bugsnax hoy en día se ve como un juego interesante, pero que probablemente sea el cigoto de algo más denso en lo que puede estar trabajando ya Young Horses. De alguna manera siento que Bugsnax es un juego que va a envejecer mal, y que pronto será superado, probablemente por un Bugsnax 2 o su sucesor espiritual.
Hay que recomendar este juego por su encanto nato, por su estilo y propuesta más propios de un país como Japón o incluso a la propia Nintendo. Bugsnax es la demostración de que se pueden hacer todavía cosas valientes a pesar de andar, a veces, por la fina cuerda de lo ridículo. Uno de esos proyectos que sorprenden, reconfortan y demuestran que todavía hay donde rascar en creatividad sin necesitar de presentar enormes ideas revolucionarias.
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