SLIDER

20 abr 2017

Rust: Diario de un Desnudo - Capítulo 1: Nuestra Tierna Infancia



La vida en Rust es dura. Muy muy dura. Mentalízate de que vas a morir muchísimo, probablemente de la manera más injusta. Mentalízate de que es muy probable que toda esa cantidad de recursos que te ha costado tanto obtener durante un día se puede perder porque alguien te mata desde el tejado de su casa con su AK de las cuales tiene un baúl entero. Mentalízate de que hay altas posibilidades de que tu casa haya sido asaltada mientras tú estás en el suelo durmiendo soñando con cómo vas a hacerte un jardincito con valla en el exterior. Rust está hecho para sufrir, y en ese sufrimiento está su propia magia.

En este diario quiero recoger todas mis experiencias a lo largo de mi vida en Rust, por si a algún incauto le sirve para no caer en mis propios errores.

Empecé como todo el mundo, con tres amigos más metiéndonos en un servidor aleatorio. Moríamos a cada segundo de hambre, o devorados por un oso -oh, cruel ironía-, pero ese momento de fabricarnos un mapa, quedar en un sitio con pantallazo por Whatsapp y vernos allí desnudos era mágico. También fue mágico subir por una escalera de mano y tener que verle los huevos por debajo del culo a todos mis amigos. En ese servidor se produjo nuestro primer enfrentamiento con seres humanos. Mientras estábamos intentando entender qué era esa cosa tan extraña a pies de una playa -era un simple horno- y todavía sin casa ni sacos ni nada, empezamos a ser tiroteados con potentes armas mientras nosotros sosteníamos meras lanzas y seguíamos apostando por la desnudez. Sí, una batalla muy equilibrada. Rust del clásico.


Pero esa batalla fue bastante estúpida por su parte, y es que nos empezaron a disparar desde un sitio muy lejano. Esto nos dio tiempo suficiente como para salir por patas y, aunque algunos de nosotros cayó, desperdigarnos por el mapa. Yo acabé en una cueva enorme en la que me perdí durante un buen rato, pero por lo menos me permitió sobrevivir. Una vez pasado el momento caótico, decidimos empezar a construir una casa. Nos vamos al monte, nos hacemos una 2x3 y conseguimos tras varios intentos colocar una puerta con una cerradura simple. No mejoramos ni paredes ni nada, de dos hostias con el hacha más básica eso ya se estaba cayendo, pero éramos muy felices, tanto como un bebé que cruza una autovía. Le pusimos hasta tejadito en lugar de losas de suelo en el techo. Una cosa super tierna, tanto, que si yo estuviera en el Rust y asaltara dicha casa en vez de robar a esa pobre gente les dejaba regalos en el inventario.

No pasó.

Se nos robó, y nos dejaron un cartelito con el grupo que nos había raideado. "Raided by no se quién", y una carita sonriente. Al menos fueron considerados de firmar su obra.

Aprendimos a hacer casas muy al final de nuestra primeras dos horas de Rust, y desde entonces conseguir una casa infranqueable sería nuestra obsesión. En el próximo capítulo comprobaremos que los humanos no son lo único temible en el mundo de Rust.

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